El problema era que Pierre nunca tenía tiempo para hablar por teléfono o para vernos por Skype. Cada vez que intentábamos hablar o vernos cara a cara en línea, surgía un problema técnico, se le presentaba una emergencia personal o una complicación.
A estas alturas debes estar pensando que esto debió hacer sonar todas mis alarmas... y tienes razón. Pero para ese entonces yo estaba enamorada de Pierre, el hombre más romántico que había conocido, después de mi esposo.
En día, cuando menos lo esperaba, Pierre me anunció que viajaba para verme. El tenía negocios en Jamaica y aprovecharía para viajar a Estados Unidos y, finalmente, después de casi seis meses, conocernos en persona.
El día de su llegada esperé ansiosa su llamada para ir por él al aeropuerto. Pero esa llamada nunca llegó. Pasaron varios días angustiosos, en los que Pierre no aparecía en línea. Finalmente, casi una semana después, recibí un mensaje de un asociado de Pierre en Francia. Alain me escribió en nombre de Pierrepara contarme que por un terrible malentendido con las leyes jamaiquinas, Pierre estaba detenido; le habían confiscado sus papeles y no tenía forma de llegar a mí. ¿Podía yo, desde Estados Unidos, hacerle un envío rápido de dinero para arreglar el asunto? Por supuesto, él me reembolsaría apenas se reuniera conmigo.
Confieso que todas las historias de horror que había escuchado de estafas por Internet pasaron por mi mente, pero la increíble comunicación que había entre Pierre y yo era genuina; nuestros sentimientos eran verdaderos. ¿Y si por no creer en él, dejaba escapar el amor?
Con fe ciega deposité el dinero en la cuenta de banco que me indicó Alain. Con esa suma, Pierre pagaría un abogado, saldaría las multas y compraría un boleto para viajar a Estados Unidos. No volví a escuchar de Pierre sino hasta tres semanas después, cuando me escribió nuevamente desde Francia. ¿Su explicación? Cuando estaba a punto de abordar el avión hacia Estados Unidos, recibió una llamada urgente informándole que su madre había estado envuelta en un terrible accidente. Le creí y lo perdoné.
Fue entonces que decidí tomar cartas en el asunto. Si Pierre no podía venir a mí, yo iría a él. Pero lejos de alegrarse cuando le anuncié que viajaría a Francia para conocerlo, se mostró evasivo. Es que ese no era un buen momento, dijo, y puso todas las trabas posibles.
Fue entonces que Carlos, mi hijo menor, regresó a casa para pasar sus vacaciones de la universidad. Siempre hemos tenido una comunicación casi síquica y no tuve que decirle que algo me estaba atormentando. Inmediatamente “mi héroe” entró en acción.
Acostumbrado a navegar por el mundo virtual, mi hijo se dedicó a rastrear a Pierre para descubrir su verdadera identidad, porque estaba convencido de que yo había sido víctima de un fraude.
Lo que halló me dejó horrorizada. En primer lugar, Pierre no era francés; ni siquiera descubrimos su sexo o su edad. Sus correos no venían de Francia, sino de un país africano, y sus fotos habían sido tomadas de la cuenta de Facebook de un usuario que nunca se enteró del robo. ¿Aquellos mensajes románticos, llenos de poesía? Mi hijo los ingresó en un buscador y los halló, palabra por palabra, en otros sitios en línea. En resumen: Pierre no existía y yo había invertido más de 10 mil dólares en una ilusión.
Gracias a Dios, aprendí la lección y ahora soy muy cuidadosa al buscar por Internet.
Por: G.B Hernández
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